La fractura protagonizó este lunes el acto institucional del 12 de Octubre. El choque entre el Gobierno central y el de la Comunidad de Madrid; los ataques al pacto constitucional -monarquía incluída- desde dentro del propio Consejo de Ministros; la guerra partidista sin cuartel y la atribución de culpas por el zarpazo de la pandemia ocuparon el Patio de Armas del Palacio Real como un invitado más, tensando los rostros, los saludos y el ambiente. Una celebración aguada por la ausencia del pueblo y los encontronazos políticos en la que sólo la figura del Rey, «moderador y árbitro del funcionamiento regular de las instituciones», trasladó el mensaje de «unidad» que la Constitución le encomienda.
Felipe VI cumplió milimétricamente con su papel. No hubo gesto alguno del Rey que diferenciara a quienes le acusan de «maniobrar» contra el Ejecutivo o estar «secuestrado por la derecha», de quienes le defienden como pieza inseparable del acuerdo constitucional del 78, ni tampoco de los que callan ante los ataques contra la Corona. Ni un solo gesto se permitió el Monarca que pudiera trasladar su opinión, a favor de unos u otros, en el clima turbulento que vive el país.
La actitud y los mensajes de buena parte de los representantes políticos discurrieron por otros derroteros. Se trataba de dejar clara la posición propia en el campo de batalla de la política nacional.
Unos optaron por la palabra y otros por los gestos. Desde las señales semiencubiertas del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, y la ministra de Igualdad, Irene Montero – con mascarilla reivindicativa el primero y atuendo morado la segunda- en un intento de recordar de nuevo que ellos abogan por la forma de Estado republicana, hasta las declaraciones previas de líderes políticos nacionales y dirigentes autonómicos alimentando el fuego de la división.
Ni siquiera se aprovechó para limar asperezas la oportunidad que ofrece el protocolo al estipular que el presidente del Gobierno debe aguardar junto a la presidenta de la Comunidad de Madrid y al alcalde de la capital la llegada de los Reyes.
Los minutos de espera sólo sirvieron para mostrar un corrillo glacial pese al intento de la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, Miguel Ángel Villaroya, por distender el encuentro. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, no se dirigieron la palabra más allá del obligado «cómo estás; muy bien; me alegro». Las espaldas siguen en alto.
Tampoco ayudó la distancia que desde el primer minuto establecieron mutuamente los miembros del Gobierno y los representantes de la oposición. Ni un centímetro se acortó la distancia entre unos y otros. Los primeros, en grupo, junto al jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo; los segundos, unos metros más allá, preparados para ocupar sus posiciones en la tribuna de invitados. Sin conexión ni hilo conductor.
Antes del inicio del acto, el líder del PP, Pablo Casado, en un tuit quiso dejar patente su apoyo al Rey a fin de destacar su postura frente a la que exhibe parte del Gobierno: «Este año, más que nunca, es un orgullo poder decir ‘viva el Rey’». El presidente del Gobierno, también en un mensaje en las redes sociales, optó por hacer un llamamiento a la «unidad por el bien común» en una España «solidaria, abierta y plural».
La línea de saludos también emitió señales de lectura política. La vicepresidenta primera, Carmen Calvo, en larga conversación, de espaldas a Pablo Iglesias, con el presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes. Un asunto les compete a ambos: la renovación de la cúpula judicial, cuya fórmula pretende ahora cambiar el Gobierno para superar el bloqueo del PP.
Al lado, el vicepresidente segundo, estrenándose en el 12-O con gesto huraño. Su respuesta al saludo del Jefe del Estado consistió en un levísimo movimiento de cabeza que contrastó con la mano en el pecho de la mayoría de los ministros del ala socialista. Iglesias ha pedido a los suyos trabajar para acabar con la Monarquía y establecer la República. Los gestos no podían desmentirle.
Una parte de los presidentes autonómicos también quiso dejar su impronta en este 12-O atípico y desangelado. Así, el valenciano Ximo Puig puso su grano de arena en las diferencias entre el Gobierno y la Comunidad de Madrid a cuenta de la gestión de la pandemia. Puig estableció una velada comparación entre el nacionalismo identitario catalán y el que él cree percibir ahora en Madrid: «España es mucho más que Madrid», afirmó. «El procés invisible es tan contraproducente como el procés catalán». «España debe ser un espacio de convivencia» y «de igualdad más allá del esencialismo identitario. Las banderas, si no unen, son símbolos inútiles para la convivencia».
Más institucional se mostró el presidente castellano manchego, Emiliano García-Page, para quien «el debate no es ni va a ser entre Monarquía y República». En su opinión, «el debate de verdad es el que puede haber», dijo, «entre los que estamos por el pacto constitucional, por la estabilidad, por la lealtad con lo que decidió el pueblo español, por la normalidad democrática, o los que cifran sus expectativas políticas en poner todo patas arriba».
El andaluz, Juanma Moreno, prefirió apuntar a quienes considera «cínicos», en alusión a los ministros de Unidas Podemos, que cargan contra el Rey pero acuden a los actos de la Fiesta Nacional. Una celebración que, como viene siendo habitual, no contó con la presencia de los presidentes catalán y vasco. Ambos encuentran así la manera de demostrar su rechazo a la unidad del Estado y al Rey como símbolo de la misma.
