El rey domado
Luis, el de la taberna de abajo, me resume brevemente su plan de negocio para el otoño: «Perder la menor cantidad de dinero posible». Tiene el local en propiedad, no como los de la esquina de la calle, que cerraron en febrero y no volverán a abrir. Mientras me apuro el café a un metro de la barra precintada, esboza una segunda frase a modo de sentencia: «Todo se ha hecho muy mal».
La conclusión, apocalíptica e inapelable en lo económico y lo epidemiológico, tiene matices políticos muy poco preoc