Rafaela era una revolución en sí misma, un caso de vanguardia personal absoluta que, sin pretenderlo, ha agitado los protocolos sanitarios en la cárcel, su casa desde que en 2009 -en pleno pico de un trastorno paranoide que no trataba- incendió el edificio de Sevilla en el que vivía.
Su deseo de morir en prisión tras saber que el cáncer que padecía era terminal ha abierto la puerta a los cuidados paliativos en el penal.
Rafaela nació Rafael y llevaba 79 años habitando con valentía un cuerpo equiv