Vive el presente pero no tanto
A falta de utopías compartidas o de uso común tenemos utopías individuales. La sustitución de las utopías universales por las individuales ha sido un proceso paralelo a la caída de los salarios y la demonización del azúcar.
El descrédito de las utopías (solo conducen a genocidios y desastres) forma parte de las creencias de la época, pero el humano no puede vivir sin soñar el futuro ya que el cerebro se dedica a eso precisamente, a hacer predicciones. Al estar convencidos de que la utopía es perniciosa nos volcamos en su opuesto, las distopías (que son la utopía inversa: soñar juntos algo peor).
Llevamos cuarenta años desacreditando las utopías (que según el esquema establecido condujeron a los horrores nazis y comunistas), pero funcionando sin utopías, a pelo (lo que es imposible), hemos sabido producir o acelerar otras catástrofes: el planeta parece muy deteriorado y las extinciones de especies van tan deprisa que las vemos: a este proceso lo llamamos cambio climático (CC). Este kit de calamidades solo lo admitimos (a mala gana) cuando nos afecta individualmente, como ocurre AHORA.
Es posible que la misma fricción por tanta competitividad individual colabore al cambio climático
Es posible que el humano no pueda vivir sin utopías: el cambio ha sido de utopía compartida a utopía individualizada, personal: cada cual debe llevarla a cabo en soledad y en competencia con los demás.
Esta competencia individual ha aumentado el estrés (también individual). Es posible que la misma fricción por tanta competitividad individual colabore al cambio climático, a fin de cuentas son moléculas acaloradas, ansiedades y tensiones en un entorno aceleradamente selvático. La polarización de estos años es una fuente de calor, CO2, toxinas, bilis, ácidos, etc. (Apenas se habla de “populismo”, palabra omnipresente en el último lustro, señal de que se ha normalizado: su lugar lo ocupa, quizá, una de sus consecuencias: “polarización”. Es posible que la polarización se alimente en parte de la falta de utopías compartidas o comunes. Utopías compartidas serían las que necesitan la colaboración o el convencimiento de muchos o de todos… lo cual ya es una utopía, quizá el grado cero de la utopía).
Uno de los mandamientos o sugerencias de obligado cumplimiento que se deriva de la utopía individualizada de estos años es “vive el presente”. El famoso carpe diem horaciano o vive el momento. Quizá esta incitación poética, hoy imperativo categórico, es la mayor utopía, también alentada por las emulsiones del estoicismo y epicureísmo rampantes.
Mantener activado el pasado para no repetir errores es la función del arrepentimiento
La dificultad de sujetar o distraer al cerebro (cerebro es todo el cuerpo, sistema nervioso completo) de su misión, que es anticipar el futuro, hacer prospecciones, y aprovechar el pasado, es lo más utópico que hay. Mantener activado el pasado para no repetir errores es la función del arrepentimiento (tan bien reutilizada por las religiones en la economía circular de los milenios). El cerebro, al menos el mío, no tiene recursos para liberarse de este vaivén permanente en la flecha del tiempo.
Por eso “vive el presente” (o “exprime el momento”) es una frase magnífica. Si sobrevive la literatura, la poesía, es porque crea frases como esa, que reconocen lo imposible y lo desafían. Y también porque crea tramas, argumentos, que hacen lo mismo: la narración ideal cumple la utopía de “vive el presente”. Una serie que te engancha, un libro que te enajena, son perfectos.
La buena noticia pésima es que los móviles han conseguido este objetivo utópico individual largamente buscado: parar el tiempo, vivir el momento con total intensidad. El móvil consigue el presente absoluto de forma inopinada y permanente (a veces interrumpimos ese flujo para responder de forma automática a la antigua realidad y sus personas, que hacen lo mismo, de modo que esa interacción humana directa ya es de tercer grado).
El móvil eliminado el miedo y la culpa, el remordimiento del pasado y la aprensión al futuro
Denostamos estas tecnologías porque nos esclavizan, nos roban los datos (nos los roban porque nos da igual: qué nos importan los datos si no hay mañana ni ayer), nos subyugan: nos ponen un yugo, un dogal. Pero no podemos dejarlas porque cumplen uno de los ideales de la época, cumplen la utopía individual: vivo el presente, la milésima.
El móvil eliminado el miedo y la culpa, el remordimiento del pasado y la aprensión al futuro. Sobre todo, la mayor aprensión y el mayor miedo a lo único del futuro que con toda seguridad sabemos que ocurrirá…
Por eso, tal vez, nos reconcome tanto esta dependencia recién adquirida del móvil, porque al estar tan abducidos añoramos hábitos pasados, hábitos de millones de años.
El móvil realiza la utopía individual de estar siempre en el puro presente, quizá eso mismo es lo que nos aterra a ratos… por ejemplo, cuando nos quedamos sin batería.