Unos días antes de la festividad del 4 de julio tocó a mi puerta un empleado de una tienda de artículos electrónicos. Traía una televisión nueva y, siguiendo el protocolo del establecimiento, no entró hasta colocarse unas bolsas de plástico sobre los zapatos y desinfectar la caja. Me saludó con mascarilla y le correspondí recibiéndolo con mi protector facial.
Mientras hacía la instalación, conversamos manteniendo la distancia. El técnico se lamentó de la cantidad de personas que en la ciudad de Miami lo recibían sin mascarillas. Algunos, me dijo, lo habían increpado cuando les explicaba que no podía entrar si no llevaban protección al igual