Aproximaciones al Indo-Pacífico
El lunes pasado, los europeos estrenamos “Estrategia de la UE para la Cooperación en la Región Indopacífica”. La aprobaron los ministros de Asuntos Exteriores por “procedimiento escrito”. Es decir sin debate político. Es decir con la liturgia de las cuestiones que llegan a la mesa del Consejo cocinadas y emplatadas por los niveles funcionariales. Pues bien, en nuestro mundo post Pax Americana, el Indo-Pacífico ha desbancado a Asia o Asia-Pacífico como foco de atención política además de económica. Porque en torno a la confluencia de aquellos dos mares se está forjando nuestro futuro. Ni más ni menos.
Esta centralidad es un fenómeno reciente, portado por la nueva asertividad de la política exterior de India, en la que han jugado papel relevante las escaramuzas fronterizas iniciadas por China, que se vienen sucediendo recientemente, después de una larga etapa en la que los diferendos territoriales se mantuvieron encapsulados y el entendimiento presidió las relaciones entre Delhi y Pekín. El planteamiento se consolida como contrapeso a la ambición que caracteriza la proyección exterior del Partido Comunista Chino (PCC) de Xi Jinping, simbolizada por la iniciativa “Belt and Road” que aspira a conectar en modo sinocéntrico y tentacular los cinco continentes; y asimismo como reacción a la agresividad de sus planteamientos y declaraciones, la escalada de su avasallador despliegue marítimo. Con la consecuente percepción de amenaza existencial que emerge desde Australia hasta los arrecifes filipinos. Y nos interpela a nosotros en cuanto a la libertad de navegación y la defensa del Derecho Internacional. La denominación “Indo-Pacífico” subraya el protagonismo del mar, por el que discurren hoy, muy principalmente, los corredores de la mundialización: flujos de mercancías y -tan o más importante- de datos, por la infraestructura vital del tejido económico global que es el cableado submarino.
Japón, Australia, EEUU e India han ido puliendo su visión de la región. Por separado y, destacadamente juntos, en el refundado (en 2017) “Quad”: formación de cooperación cuya declaración de cierre de la reunión mantenida hace seis semanas -“The spirit of the Quad”- suscitó acerbas críticas por parte de Pekín por, sedicentemente, “incitar abiertamente a la discordia” entre poderes regionales. En la UE, Alemania y Países Bajos dieron en 2020 algún paso en al documentación de planeamientos referidos a la zona. Pero solo Francia tiene una estrategia formal (2018) digna de ese nombre. Ahora bien, el juicio comparativo ineludible de las Conclusiones del Consejo de Exteriores del lunes, y no solo por cercanía de publicación (el mes pasado), es la Integrated Review of Security, Defence, Development and Foreign Policy de Reino Unido (RU), que elocuentemente enarbola “The Indo-Pacific tilt: a framework” (“Inclinación al Indo-Pacífico: un marco”) como única mención geográfica en el índice, vertebradora de buena parte del contenido.
RU no se anda con medias tintas: el Indo-Pacífico es una prioridad porque atañe a los intereses nacionales “our economy, our security and our global ambition” (“nuestra economía, nuestra seguridad y nuestra ambición global”) y Londres ha de crear “partnerships” para poder conseguir sus objetivos y aspiraciones. Por el contrario, el texto de la UE despliega en nueve folios la doctrina de inconfundible sello bruselita: la puesta en valor del “poder blando”. Lo que resulta es un cajón de sastre en el que se amontona lo bilateral y lo multilateral y se superponen áreas de competencia. Cambio climático, el impacto de la pandemia o la igualdad de género se plantean como prioridades de la “cooperación”, “a fin de contribuir a la estabilidad, la seguridad, la prosperidad y el desarrollo sostenible de la región”. La expresión “intereses de la UE” aparece -y de forma genérica- tres veces. Incluso la geografía, cubierta sin énfasis distintivo, desde las costas de África oriental, hasta los Estados insulares del Pacífico (metidos en harina, por qué no llegar a un Chile que destaca por sus iniciativas en el área) es sin duda el resultado de transacción de visiones no coincidentes. La UE busca trabajar en objetivos globales que coinciden con dimensiones de los propios; mientras Reino Unido busca defender sus intereses nacionales que -mejor si- coinciden con algunos globales.
China es, lo sabemos, el elefante (o más bien dragón) en la habitación: hay que hablar de él, pero midiendo cada palabra. Dicho esto, a RU no le tiembla el pulso: explicita que China es un Estado autoritario con valores distintos a los que defiende junto con sus aliados; por ende supone una amenaza real. Sin embargo, continúa a renglón seguido, contribuirá a la economía mundial y nacional a través del comercio, así que habrá que relacionarse con China. En el Documento Unión Europea, en cambio, resalta la sombra de China. Sombra porque está claramente incluida sin distingos, aunque solo figure en una mención en la enumeración de acuerdos bilaterales vigentes y pendientes con países de la región. Auténtico virtuosismo del “sitting on the fence”, ese amago de “movimiento no alineado” que la Unión Europea protagoniza en la actualidad entre la Administración Biden y el PCC.
Esta ambigüedad cobra su peso al pensarla en conjunción con el párrafo (único) que la Estrategia dedica a la seguridad, concretamente a la “presencia naval significativa en el Indo-Pacífico” cuya “importancia destacan los Estados miembro”. La hilazón de frases (la central cuenta ciento cinco palabras, que no esta mal) merece premio a la jerga burocrática. “En consonancia (…) la coordinación de la presencia marítima de la UE (…) a partir de las contribuciones voluntarias de los Estados miembros” que “podrían incluir, entre otros elementos: la cooperación con las armadas de los socios y el desarrollo de sus capacidades cuando proceda”. Realmente, después de leer, cabe preguntarse qué dice en sustancia: ¿supone confirmación de decisión de presencia UE?, ¿al menos un enfoque común y organizado en la zona? Sin caer en la melancolía, frente a la claridad de objetivos de RU en el despliegue de su armada, se colige que de la UE seguiremos viendo el pabellón francés en solitario.
Confuso, difuso y blando. Así es nuestro recién publicado marco de orientación de actuación europea para la que sin grandilocuencia cabe calificar como fragua del siglo XXI. Pero es un primer paso, el que más cuesta dar. Cabe esperar que la Comisión y el Alto Representante, a quienes el Consejo invita a presentar una Comunicación antes de septiembre, recojan el testigo y fijen rumbo en esta fundamental singladura.