Bolsonaro, el último negacionista del coronavirus
Con 240 muertos sobre la mesa, el presidente brasileño Jair Bolsonaro ya no tiene valor para seguir llamando “gripecita” al coronavirus, pero sigue en sus trece a la hora de minimizar la pandemia y criticar las medidas de aislamiento social que están implantando todos los líderes mundiales. Su última ocurrencia fue manipular las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para convertirlas en un argumento a su favor.
“¿Visteis al presidente de la OMS ayer?”, preguntó a un grupo de simpatizantes. “Lo que él dijo, prácticamente (…) es que los trabajadores informales tienen que trabajar”, añadió Bolsonaro, remarcando que el problema es doble: el virus y el desempleo.
Lo que pasa es que Bolsonaro sacó de contexto y omitió una parte del razonamiento del director de la OMS, Tedros Adhanom, que en realidad dijo que son los gobiernos de los países pobres quienes deben dar asistencia social a esas personas para que puedan quedarse en casa y no se vean obligadas a salir a la calle. De hecho, el propio director de la OMS acudió rápidamente a Twitter para reafirmar su postura.
Bolsonaro defiende que los ancianos se queden en casa y que el resto de la población trabaje normalmente, frente a las medidas restrictivas que imponen por su cuenta los gobernadores de los estados y los alcaldes. El pasado domingo, desafió todas las recomendaciones de las autoridades sanitarias y se dio un paseo por la periferia de Brasilia saludando a simpatizantes con aire campechano, entrando en comercios para defender la vuelta a la normalidad y el fin de la cuarentena. Twitter, Facebook e Instagram eliminaron esos vídeos de la cuenta del presidente alegando que no permiten “desinformación que pueda causar daños reales a las personas”.
Bolsonaro ya fue acusado de poner en riesgo la salud pública cuando convocó manifestaciones en su apoyo y se acercó a decenas de personas aún sabiendo que podía tener Covid-19. Hizo un viaje a EEUU en el que se contagiaron 25 personas de su comitiva. Él asegura que sus tests dieron negativo, pero se resiste a mostrar los resultados: “Mi palabra vale más que cualquier trozo de papel”, dijo para zanjar los rumores de un posible contagio.
El negacionismo de Bolsonaro, que también tiene dudas sobre el cambio climático y otros consensos científicos, no debería ser motivo de sorpresa (el principal gurú del Gobierno, Olavo do Carvalho, es un terraplanista) pero su resistencia forma parte de una estrategia política: traspasar a los gobernadores y alcaldes toda la responsabilidad por el caos social que se implantará en Brasil después de la pandemia. Entonces, intentará presentarse como el líder incomprendido que intentó salvar a su pueblo permitiendo que trabajara por un plato de comida, mientras el resto de autoridades se lo impedía. Pero Bolsonaro está cada vez más solo y todo pende de un hilo, incluyendo su continuidad en el poder.
“Por favor, no escuchen al presidente”
Bolsonaro llamó a los gobernadores “exterminadores de empleos” y acabó generando un consenso en su contra. Los 27 gobernadores del país, de todos los colores políticos, le mandaron una carta diciendo que ellos continuarán obedeciendo a criterios científicos. Los de Río de Janeiro, Wilson Witzel; y São Paulo, João Doria, antiguos aliados, ahora son sus principales rivales: “Por favor, no escuchen al presidente de la República”, decía desesperado el gobernador de São Paulo, donde ya muere una persona a cada hora.
La oposición pidió su destitución inmediata con un recurso ante el Tribunal Supremo acusándole de un delito contra la salud pública, y el laborista Ciro Gomes amenazó con llevarle al Tribunal Penal Internacional por “genocida”. Las caceroladas en las ventanas se repiten desde hace dos semanas.
El malestar con Bolsonaro es evidente incluso dentro del propio Gobierno. El ala militar está cada vez más inquieta con sus salidas de tono y con la presión que ejerce sobre el ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, al que deja en evidencia día sí día no. Basta que Mandetta diga que hay que seguir con el aislamiento social para “bajar la curva” para que Bolsonaro salga paseando pidiendo el fin de la cuarentena. El ministro tiene que hacer malabarismos para seguir con su criterio profesional y al mismo tiempo no irritar a su jefe. Desde hace días se especula con una posible dimisión, aunque él promete que no dejará el barco en mitad de la tormenta.
A nivel internacional, Bolsonaro ya es prácticamente el único líder mundial que se resiste a ralentizar la economía para frenar la pandemia, ya ni siquiera puede mirarse en el espejo de su admirado Donald Trump, que tras muchos titubeos ahora pide que nadie salga de casa.
El biólogo brasileño Atila Iamarino advertía esta semana que, con el coronavirus, los negacionistas tienen, literalmente, los días contados, por la rapidez con la que avanza el virus. “Quien niega el efecto del calentamiento global verá los efectos dentro de 20 o 30 años (…) quizá no lleguen a ver la consecuencia directa de sus actos, pero con el Covid-19 no, la consecuencia llega en dos semanas, en un mes. Frente a quien niega niega la verdad ahora sólo tengo que sentarme y esperar, porque lo que dicen cambiará en dos o tres semanas”. Bolsonaro está haciendo méritos para ser el último negacionista.