Siempre soñó con un entierro multitudinario y un cortejo fúnebre como gusta en la Colombia rural. Misa solemne, cientos de vecinos acompañando el féretro en silenciosa procesión hasta el cementerio y una ceremonia como Dios manda antes de la sepultura.
Pero Luis Alberto Melo, que murió de un infarto, debió conformarse con un escuálido grupo de dolientes, los justos para cargar su ataúd y no dejar sola a la única hermana que asistió. Y todos, guardando dos metros de distancia entre ellos .
“Son
