Decapitar niños, la última estrategia del Estado Islámico
Decapitar a una persona no es fácil y no puede hacerlo cualquiera. Requiere no sólo el instrumental adecuado para tajar músculo, tendón y hueso. El verdugo necesita además una capacidad inhumana (o una ausencia de humanidad) para mirar a los ojos a la víctima y que su mano no tiemble. Eso se complica, como saben todos los torturadores, cuando el ejecutado va a ser un niño.
¿Quién puede decapitar a un niño de 11 años para tratar de imponer una agenda política o una opción religiosa a una comunidad