El nuevo arte rupestre
Estoy trabajando en una teoría sobre cuándo empezó todo esto. Y creo que el origen, el foco de la otra pandemia, fue lo de empezar a hablar por emoticonos. O quizá un poco antes. El día en que empezamos a dudar de que el otro cogiera el chiste si no lo rematábamos con un jajaja. Ése fue el punto exacto donde retrocedimos a la caverna, obligando a amigos, conocidos y parientes a vivir en una teleserie con la risa enlatada como el silbato de la municipal, que obliga a circular en un sentido. Jajaja, ahora es cuando te ríes. Luego fue peor, por lo del nuevo arte rupestre, convertido en apellido de todas las palabras. Que ahora no se pintan bisontes, pero tampoco hay forma de querer a alguien sin mandarle un muñeco con dos orzuelos en forma de corazones. O de celebrar algo sin poner al del gorro y la serpentina. O de dudar sin pintar a un señor encogiéndose de hombros. O desear salud (a una bola amarilla con un termómetro en la boca) sin mandarle el correspondiente bíceps. Y una cara con una lágrima, que yo soy muy empático.