Alemania tiene miedo, o por lo menos una enorme preocupación, y eso no es normal. Es el país que no pierde la compostura, conserva la calma y el temple, cuando la mayoría se rasga las vestiduras y usa y abusa de lenguajes y advertencias grandilocuentes. Lo habitual es que sea Francia la de los discursos profundos, filosóficos. La que hable de retos históricos, momentos decisivos. Lo conocido es que Italia protagonice escenas tragicómicas para la galería. Que sean España o Portugal las que hagan sonar las campanas de alarma. Que Grecia se lleve las críticas por exagerada. Pero esta vez es Berlín la que habla de “amenazas existenciales” y la qu