La mascarilla es de flojos. Como la educación y los buenos modales. Como la amabilidad, que es la etiqueta de los débiles. Los que dudan de las cosas y a veces se quedan en blanco. Los que tartamudean o callan hasta que les toca hablar. Los que guardan cola y ceden el paso en la autopista (y ponen el intermitente). Y tropiezan para apartarse porque llegamos nosotros, los que siempre pisamos tierra firme. Los que hablamos muy alto con sentencias y refranes. Y argumentamos a base de desprecios y sarcasmos. Los que tenemos razón y tenemos mando en plaza. Los que nacimos más fuertes y por eso no acatamos leyes escritas para otros, como en ‘Crimen y Castigo’. Los que nacimos exentos. Los que no obedecemos porque somos inmortales. Y no vamos a enfermar, y si enfermamos tenemos un ejército de leucocitos bien armados. Muy blancos y muy redondos, listos para el ataque. Prietas las filas de anticuerpos en la sangre. Así que ni hablar. La mascarilla para usted, que tiene miedo cuando yo soy invencible.