“Ah, ¿no eres turca?”. La pregunta retumbó en un portal acorralado por la nieve en un edificio de Berlín. “¡¿Española?! ¡Viva ‘Malorca’!”. Las palabras del vecino alemán resonaron en la oscura tarde centroeuropea. Se pronunciaban en Kreuzberg, un barrio, precisamente, repleto de familias de nacionalidad u origen turco. Al saludo efusivo siguió un acto inesperado: el corpulento hombre que otras veces había contemplado sin inmutarse cómo subía 89 escalones con una pesada maleta, la agarró y me ayu