Solo oyeron gritos cuando comenzaron las balas. Momentos antes, a algunos vecinos les sorprendió un silencio repentino, atronador, extraño. Pudo ser que la llegada de hombres armados, encapuchados, enmudeciera a la veintena de jóvenes que seguían en la fiesta.
Les hicieron arrodillarse y preguntaron por unos nombres. A algunos les dejaron marchar antes de empezar a disparar a la cabeza, con fusiles, a cuatro muchachos. Fue el momento de la estampida, del terror incontrolable. A la mitad los mat