La selectividad china de los hijos de la Covid-19

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Varias sombrillas dan cobijo a los estudiantes que aguardan su turno para entrar en la escuela secundaria Chen Jinglun de Pekín, en el céntrico distrito de Chaoyang. Sus padres los observan al otro lado de la valla blanca que les separa, están incluso más nerviosos que sus hijos. No dejan de hacerles fotos, de capturar ese instante clave que marcará su futuro y su escalada social en la dura competencia laboral china. Los chavales dan un último repaso a los apuntes. Dentro de la escuela les espera el gaokao, el examen de ingreso a la universidad.

“En las noticias siempre dicen que es la prueba más difícil del mundo. Mi hijo estaba triste porque este año no ha habido ceremonia de graduación por el nuevo brote que hubo en Pekín. Además, han sido unos meses muy duros por la pandemia, no era fácil concentrarse para estudiar”, explica una de las madres.

Todos los estudiantes pasan un control de temperatura antes de entrar en unas aulas que acaban de ser desinfectadas. En la capital de China se presentan a esta selectividad 49.225 estudiantes de los 10,7 millones que se examinarán en todo el país. La mayoría, los que residen en zonas donde se han reportado estas semanas casos de coronavirus, tendrán que pasar las casi nueve horas que dura el examen con la mascarilla puesta. Y los pupitres tienen que estar a una distancia de dos metros.

Mientras los adolescentes van entrando en orden a la escuela, llegan buenas noticias de la Comisión Nacional de Salud. Por primera vez desde que comenzó el brote vírico en Pekín, originado en el mercado de abastos más grande de la capital, el pasado 12 de junio, no se ha reportado un solo caso de contagio. En estas semanas se ha testado a más de la mitad de una población de 21 millones de personas. Hoy, tras localizar en total 335 infectados, se puede decir que las medidas aplicadas han funcionado.

El sol y los más de 30 grados pegan con fuerza en la capital. Una escena muy diferente se vive a 1.300 kilómetros al sur, en la ciudad de Huangshan, donde la imagen de la mañana eran los estudiantes acudiendo al examen en barcas por las fuertes inundaciones que estos días han convertido las calles en ríos. La potencia asiática está viviendo una de las peores inundaciones en décadas por las intensas lluvias, que ya han dejado más de un centenar de personas muertas o desaparecidas.

Se da la casualidad que los estudiantes que se examinan hoy son los nacidos en 2002, el año que surgió el brote del SARS, la anterior epidemia (coronavirus SARS-CoV) que dejó 8.098 infectados, 774 muertos y que salió de los murciélagos de una cueva de la provincia de Yunnan, cuyo coronavirus había mutado en las civetas que se comían en un mercado de Cantón, desde donde pasó a los humanos.

Este año ha sido la primera vez que el gaokao se ha pospuesto -concretamente un mes- desde 1977. Aunque el examen se estableció en 1952 y se detuvo durante el parón de la Revolución Cultural de Mao Zedong. También ha sido la primera vez que los alumnos han tenido que preparar las pruebas siguiendo las clases online desde sus casas debido a las cuarentenas y cierres de escuelas.

La mayoría de ellos sólo tendrán esta oportunidad para acudir a la universidad. Una presión extra si se mantiene la creencia de que esta es la única forma en China de garantizarse un buen futuro laboral y un salario digno. Entrar en la universidad sigue suponiendo un salto en la escala social. Por ello, los adolescentes se pasan meses estudiando al menos 12 horas diarias.

Cada provincia del país tiene su propia versión del examen, aunque siempre la prueba incluye preguntas de Chino, Matemáticas y un idioma extranjero. Además, el alumno puede escoger otros temas como Historia, Política, Geografía, Biología, Física o Química. Este año se han habilitado 7.000 centros en todo el país con 400.000 aulas dotadas de cámaras de circuito cerrado para evitar las trampas. También hay 945.000 personas que trabajan como supervisores para evitar noticias como las que se publicaron hace un par de días y que han ocupado muchos minutos en los informativos locales.

Varias universidades de la provincia de Shandong, al este de China, habían descubierto a 242 graduados que entre 1999 y 2006 robaron la identidad y la puntuación del gaokao de otra persona para inscribirse en los centros universitarios. Es el caso, por ejemplo, de una mujer llamada Gou Jing. Otra chica se hizo pasar por ella y robó su nota en 1997 para entrar en la universidad, ya que Gao había decidido continuar estudiando otro año más para sacar una puntuación más alta y lograr entrar en una mejor universidad.

Guan Yanping, un funcionario del departamento de educación de Shandong, dijo a la prensa que la mayoría de estos casos ocurrieron antes de 2006, cuando los recursos de identificación de la región eran limitados. “En los últimos años, la provincia ha aprovechado al máximo las tecnologías de identificación disponibles y ha fortalecido la gestión de cada procedimiento de reclutamiento en universidades y colegios, con diversas medidas para evitar que puedan colarse estos impostores”, agregó Guan.

Al mediodía, los estudiantes salen de la escuela Chen Jinglun de Pekín durante un pequeño receso para comer antes de continuar con los exámenes. “Aquí viene el futuro de China”, suelta con desdén un camarero mientras conversa con otros hombres. Todos se ríen y observan con atención a uno de los estudiantes, que lleva mechas en el pelo y un tatuaje en el brazo. “Espero que esta generación sea mejor y más abierta que la de esos hombres que se ríen”, añade una chica que presencia toda la escena.