Lo roto, lo torcido y lo insignificante

INTERNATIONAL

Ser perfecto es distinto de ser interesante. A veces se confunden los términos y se cree que hacerse astronauta, o poner una ‘x’ en todas las casillas del canon occidental, o llenar de chinchetas un mapa mundi, o encestar desde el otro lado de la cancha, o subir al ático salarial de una empresa, o explicarse en cinco idiomas… Se cree que todo eso garantiza un pasaporte directo al olimpo de la fascinación. De ahí la obsesión por hacer carrera, dominar un arte, aplicarse en una materia, saltar más alto, llegar más lejos, hacerse fuerte. Pero hay una atracción en lo defectuoso, lo roto, lo feo, lo torcido, lo apático, lo insignificante que muchas veces abre la vía más corta hacia el corazón de los demás. Quizá porque lo imperfecto no necesita hacer nada. Y esa falta de esfuerzo deja hueco para las deformidades ajenas. Y uno vuelve a enamorarse del Bartleby que preferiría no hacerlo. Y del Jakob von Gunten que aspiraba a ser un redondo cero a la izquierda. Y de aquel rostro asimétrico que tanto costó olvidar.