Hace unos días, José María, un español que lleva dos meses encerrado en su casa de Jingmen, en la provincia china de Hubei, hablaba de lo primero que haría tras recobrar la libertad. “Sentarme en un banco en medio de la calle y ver a la gente pasear”, decía. Y eso es exactamente lo que hizo el miércoles. Después, salió a comprar al mercado con su mujer y sus dos hijos. Al fin, la cuarentena había terminado.
Tuvieron que pasar unas horas para que la bofetada de realidad volviera a Hubei. Por un