“No tememos al coronavirus. Nuestro principal problema es no tener qué comer”

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Ibrahim, desplazado de 60 años en el campo de Laylan, situado en Kirkuk (Kurdistán iraquí), dice que no teme al coronavirus. Allí llegó hace un año huyendo del Estado Islámico, que atacó su pueblo -Abbasi, en el distrito de Hawija- en 2017. Tras pasar por otros campos de desplazados, recaló finalmente aquí con su familia. Lejos del cerco del grupo yihadista, Ibrahim y familias refugiadas como la suya tienen ahora que enfrentarse a la mortal pandemia. “Si ocurre, es nuestro destino y cada persona tiene su hora. Así que no temo al coronavirus. Sabemos que hay medidas para protegerse del virus, como llevar mascarillas y no estar en lugares concurridos. Hace un mes nos dieron una mascarilla a cada persona del campo; la llevamos durante la mitad del día y luego la tiramos”, confiesa.

Con un servicio para cada cuatro tiendas -en ellas viven unas cinco personas de media-, la higiene personal es un desafío. “Nos dieron una pastilla de jabón hace un mes, pero eso no sirve para limpiar los retretes. Para eso no tenemos productos de limpieza. Incluso una pastilla de jabón no es suficiente para mi extensa familia. Ahora no tengo posibilidad de ducharme”, relata. Ibrahim perdió un pie al ser herido durante la guerra Irak-Irán, en los 80.

El confinamiento impuesto por la Covid-19 ha dejado a muchos refugiados sin la posibilidad de ganarse un sustento. “Dos de mis hijos trabajaban fuera del campo, pero ahora con el toque de queda impuesto por el coronavirus, mis hijos no pueden encontrar trabajo. Pero nos apañamos, obteniendo unas cebollas y unos tomates de aquí y allá”, cuenta. EL MUNDO.es ha tenido acceso a su testimonio a través de Médicos Sin Fronteras (MSF), que gestiona una clínica en Laylan. Allí, el coronavirus es lo de menos: “Nuestro principal problema es la comida. Nos sentimos olvidados”, concluye Ibrahim.

Más de 1,3 millones de personas en Irak viven aún desplazadas de sus hogares, hacinadas en precarios asentamientos, pese a que el país declaró oficialmente derrotado al Estado Islámico hace dos años. Las personas desplazadas son, hoy por hoy, la población más vulnerable a la Covid-19, según alerta MSF.

Laylan es sólo una gota en el océano. Allí, la ONG ha instalado un centro con 20 camas de aislamiento y ha organizado medidas de triaje, tras confirmarse los primeros casos entre la población refugiada en Irak. Sus equipos constatan que las pobres condiciones de vida en el campo se han exacerbado por el impacto de la Covid-19 en el país, empeorando aún más la situación. La presión económica que tienen que soportar los desplazados internos ha aumentado con la restricción de movimientos, que les hace muy difícil salir del campo para trabajar. Además, la imposibilidad de guardar la distancia social, hace que la lucha contra el coronavirus sea muy complicada.

Sin opciones

“La mayoría de la gente en el campo tiene acceso a internet y a la televisión, así que están informados sobre los síntomas del coronavirus, entienden los riesgos y saben cómo protegerse. Pero el problema es que no reciben ayuda suficiente para quedarse en casa y no tienen más opción que salir y buscar trabajo para poder comer”, puntualiza Hamid Hilal, que a sus 26 años es parte del equipo de MSF que trabaja para mejorar la salud de la población de Laylan.

“Cuando preguntamos a los desplazados cómo les afecta la pandemia, nos dicen que las restricciones de movimientos y el confinamiento, aunque son medidas preventivas, les impiden salir a ganarse la vida”, señala Narmin Abbas, miembro del equipo de promoción de Salud de MSF. “Ahora que no pueden salir a trabajar, la ayuda que reciben no es suficiente para asegurarse sus necesidades. Ese es el efecto más importante de la pandemia en la población de Laylan”, precisa.

“Los equipamientos sanitarios y las condiciones de higiene en general dentro del campo no son suficientes. Pero debido a la fuerte necesidad económica, la gente no piensa demasiado en la higiene y se centra en cómo asegurarse dinero para lo que necesitan al día siguiente o en quién les podría proveer de comida y de lo básico en caso de que no encuentren trabajo”, añade. Hilal es también desplazado y reside en el campo desde que huyó con su familia de su pueblo, Al Rashad, en el distrito de Hawija, hace tres años, cuando cayó bajo el control del Estado Islámico. “Desde entonces no hemos podido volver a nuestras casas”.