Hace siete meses la Unión Europea caminó por el alambre. La plaga llegada del Este no se detuvo en sus fronteras -un milagro en el que hasta los ateos creían-, sino que cabalgó como una violenta horda por el Viejo Continente, cebándose primero con el Sur e infectando después los tejidos sanitarios y sociales del resto de Estados miembros. La primera respuesta inmune fue caótica y se materializó en una especie de ‘tormenta nacional de citoquinas’, que agudizó la crisis en medio de un sálvese quie